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La visita

Guayabitos

Qué difícil es escribir sobre mis visitas a Caracas. Quiero hacerlo cada vez que voy a esa ciudad que se parece tanto a donde nací y crecí, pero que me trata como a un conocido incómodo que tiene que aguantar por compromiso. Quizás es mi culpa: quiero que cada visita sea un viaje en el tiempo a épocas menos complicadas (la culpa es de Dr. Who). Extraño algo que no existe. Y, por supuesto, nada es más bello que aquello que sólo existe en tus recuerdos.

Creo que “mi” Caracas es algo así como Jim Morrison o Jimi Hendrix, trato de no imaginármela vieja o achacosa. Quisiera que el tiempo se hubiera detenido en su (o mi) mejor época y pienso en eso, hasta que mi hijo menor, sentado en mi regazo, se mueve para abrazarme y me hace imposible alcanzar las teclas. Mágicamente logra que desear viajes a otros tiempos pierda todo el sentido y que me dé cuenta de que la nostalgia es sólo un mal necesario.

Claro, es más fácil decir “Caracas ha cambiado mucho” que  reconocer que “Carmen ya no es la misma”.

 

 

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Mordida por Caracas

(Foto de Alberto Rojas, CaracasShots)

Sobre “Caracas muerde”, de Héctor Torres.

“Caracas muerde” es el último libro escrito por Héctor Torres. Héctor, a quien considero amigo personal a persar de sólo conocerlo por textos y fotos. Puede que ser porque una vez más logra con sus relatos esa, no sé, incomodidad familiar que sólo se siente en Caracas, con gente que conoces “de toda la vida”.

Cada uno de los cuentos es un mini tour, o re visita en mi caso, por los lugares de Caracas que son conocidos pero nunca comunes. SIentes que estudiaste o trabajaste con los protagonistas. Lector, quizás, pero espectador nunca.

El primer relato puede que sea mi favorito, “Un malandro caraqueño”: ¿Qué venezolano en el exterior no se ha sentido Súperman ante una situación donde los “locales” parpadean?, es casi una autobiografía potencial.

Declaraciones como “En este país nadie lee” me hacen sonreír. Todos creemos leer más que los demás, ¿o no? “Tarde de Metro con Foro Social como Marco” es genial. Léanlo y decidan de qué lado del vagón estaban, y están ahora.

Cada narración te toca de una manera o de otra, unas te acarician, otras, tal cual, te “coñacean”. Como Caracas.

Ser parte de esta “hermandad” caraqueña no es fácil. Caracas es como un perrito callejero a quien le tienes mucho cariño. Te trata bien porque sabe que lo quieres, pero, de un momento a otro, puede aflorarle lo salvaje y dejarte sin un dedo.

SI quieren conocer aún mejor a Caracas, no dejen de visitar el blog fotográfico de Alberto Rojas, http://caracasshots.blogspot.com/

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True Romance

I had to come all the way from the highway and byways of Tallahassee, Florida to MotorCity, Detroit to find my true love. If you gave me a million years to ponder, I would never have guessed that true romance and Detroit would ever go together. And til this day, the events that followed all still seems like a distant dream. But the dream was real and was to change our lives forever. I kept asking Clarence why our world seemed to be collapsing and things seemed to be getting so shitty. And he’d say, “that’s the way it goes, but don’t forget, it goes the other way too.” That’s the way romance is… Usually, that’s the way it goes, but every once in awhile, it goes the other way too.” Alabama Worley.

Antes de esta época de conocimiento retroactivo instantáneo facilitada por la internet, enterarse de la existencia de películas que no trajeran las grandes distribuidoras a Venezuela era una proeza. Se trataba de contrarrestar una cartelera llena de “Locademias” y “Nerds” con horas de investigación en revistas prestadas, cacería de pasillos en video clubs y recomendaciones. Sin embargo, el promedio de éxito era bastante bajo, sobre todo porque a veces las distribuidoras tenían razón al no estrenar determinado filme (Boxing Helena, por ejemplo).

Reinaba el VHS y como emperador de ese incomodísimo formato se coronó una tienda en Altamira, que lucía uno de los mayores homenajes a la cursilería que recuerdo en la ya súper cursi Caracas: una “estatuota” del Óscar como de papier maché dorado.

Ese local fue uno de las primeras en ofrecer pasillos de películas “importadas” (como si en Venezuela si hiciera tanto cine). Dentro de ese género/estantería, descubrías carátulas de películas de cine francés más allá de Delicatessen, te enterabas de la existencia del  “nuevo” cine danés y veías a tus actores “gringos” típicos en películas que parecían inventadas.

Una mañana de sábado irresponsable decidí, en lugar de ir a matarme al gimnasio, pasar el rato buscando películas para el fin de semana. Durante 2 horas leí las cajas de VHS tratando de elegir. Qué difícil.

Resignada, agarré cualquier cosa de cine de autor (sueco del difícil, antes de las películas de libros de Larsson) y, de repente, una mano salió de la nada y me arrebató la caja. Cual galán de las películas que trataba de evitar, el dueño de la mano exclamó: “Tienes que ver esto ya”.

La memoria es mejor embellecedor que el photoshop y el alcohol juntos. Debe ser por eso que recuerdo al crítico improvisado de VHS como un tipo bien atractivo, sobre todo porque me presentó al que sería uno de los amores de mi vida: “True Romance“.

Ni leí de qué trataba. Sonrojada y algo emocionada con la atención recibida, llegué a mi casa y prendí el VH de mi cuarto, como si se tratara de una cita a ciegas con ese desconocido de hace pocas horas. Una cita memorable.

Ahora todo el mundo sabe quién es Quentin Tarantino y si no han oído hablar de Roger Avary, una googleada lo resuelve. Lamentablemente, hoy todos conocen a Tony Scott. Pero durante esa época esa película fue, para mí, una epifanía. El nombre, los personajes, los nombres, los diálogos y, sobre todo, la música. Cuando trataba de explicar de qué iba el filme, concluía recomendando “Mejor vela tú mismo”.  20 años después, aún lo hago.

En mi opinión Tony Scott fue un magnífico director (y no precisamente por Top Gun). Quizás los críticos y las academias nunca le den a “True Romance” el mismo puntaje que al “Gladiator” de su hermano, pero a mí me gusta bastante más.

 

 

 

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Pastelerías y Panaderías Venezolanas

Si mi estado natural no fuera un “estoy a dieta” eterno me alimentaría a base de pan y pasteles. “Canilla” de panadería venezolana y pastelitos de papa (andinos, de ser posible).

Pero, por supuesto, después de la final de la EURO 2012, no vienen a mi mente los exquisitos pasteles ni las panaderías, sino el peyorativísimo término “pastelero” y los todo menos “panas” que lo usan.

Cada evento deportivo internacional, los venezolanos estamos condenados a sufrir: no siempre contamos con representantes que mantengan viva nuestra esperanza de llegar a una final, sobre todo si ese evento es la EURO y nuestro país pertenece a latinoamérica. Como si eso no bastara, si se nos ocurre simpatizar con un equipo con el que sólo nos unen los poco nobles nexos de simpatía somos agredidos.

Durante cada uno de esos sucesos, el país se divide en dos ¿equipos?: 1.- los “Orgulloso de NO ser 100% venezolano como tú” (también conocidos como los “muéstrame tu árbol genealógico para admitirte en este selecto grupo”) y 2.- los “Todo el que apoye a un equipo no venezolano es traidor”.

En algo están de acuerdo estos dos archi rivales (nuestros, no entre sí): nadie tiene derecho a ir al equipo que ellos no consideren está dentro de sus “opciones”. Cual sistema de castas, sólo puedes o bien ser hincha del equipo del país donde naciste o apoyar al del país de tus padres (previa presentación de pasaporte o DNI, claro).

El frenesí de cada partido activa un sistema de comentarios de este estilo: “ojalá así apoyaran al equipo de bolas criollas” “¿y éste por qué dice que Ramos juega bien si a su prima la rebotaron de Barajas?”

Fastidiosos, ¿no? Pero, en mi opinión, los peores inquisidores del fútbol “no venezolano” son los inventores del término “pastelero”: donde caen los incautos que osan no quedarse en las castas instituidas por estos Fan-nazis. Esta patrulla del fanatismo llama “pastelero” a quien se atreva a emocionarse sin tener derecho a ello. Las sanciones de estos policías/jueces/verdugos expeditos consisten en crear argumentos, siempre absurdos, para contrarrestar las expresiones de emoción de los “indignos”, y tildarlas de “pastelerismos”. Claro, porque ellos son “de la casta superior” a la que los parias nunca tendrán acceso.

Tontos! el fanatismo no pide pedigree ¿La inspiración de la Vinotinto son sólo jugadores venezolanos?

Les cuento algo: si a uno no pueden obligarle a querer a la familia, menos me van hacer apoyar a un equipo “porque sí” y tampoco van a lograr que deje de gustarme otro “porque no es venezolano” o porque “yo no tengo pasaporte burundés”.

Los equipos sin fanáticos no existen. No imagino a los jugadores del equipo español o italiano creando una lista de requisitos para apoyarlos. Ni mi papá, español (no sólo de pasaporte), ni mis queridos vecinos, portuguesísimos, cuestionaron el amor  de los venezolanos “de pura cepa” por sus equipos . Creo que si me vieran a mí haciéndolo no entenderían. En realidad yo tampoco entiendo.

Ayer leí una de las declaraciones más tontas que he visto últimamente “No felicito a nadie si no tiene pasaporte europeo” y pensé que, sólo en eso, soy más estricta: no felicito a nadie si no jugó en el partido.

 

 

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