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De lectura obligatoria

Detesto a los que se sienten superiores porque “leen”. En mi opinión, son una especie de fanáticos religiosos combinados con vendedores piramidales.

A mí me gusta leer. Disfruto un buen -y a veces un no tan buen- libro. Tuve la ¿suerte? de que en mi casa había una biblioteca gigante (entendida como “muchos libros juntos”), sólo 4 canales de TV. Pocas películas de Betamax y algo llamado Atari que me costó algún tiempo entender. Afortunadamente, para mí, la lectura no era una obligación sino un entretenimiento más. De que en la casa de mi abuela en Río Chico un alma caritativa había dejado toda la colección de Agatha Christie. De que mis primos grandes me pasaron “Los Hollister” y “Los 7 Secretos”. De haberme leído escondida “Flores en el Ático” (sí, lo confieso), y de descubrir a Ana María Matute en la “Gran Biblioteca Salvat” de mi papá, sólo porque me llamó la atención que el libro se llamara “Algunos Muchachos”.

Ya va. Soy defensora de, si no “inculcar”, enamorar a los niños de la lectura. No sólo porque leer sea parte de mí, sino porque creo que es indispensable para la comprensión de matemáticas, biología, física o alguna de esas nuevas materias.

Sin embargo, la catarata actual de entretenimiento supone una competencia furibunda contra los libros. Y parte de esa competencia es, a menudo, superior a la oferta literaria. Es aquí donde entra esa categoría a la que me refería en el primer párrafo.

¿Cuántas veces han oído a alguien declarar, orgullosamente, ser lectores empedernidos, y te citan “50 Shades of Grey” como ejemplo? A ver cuántos pseudo gothic geeks pueden nombrar que se autodenominan hard core porque leyeron la trilogía de “Twilight” en lugar de ver las películas.

No tengo nada contra la literatura “de verano” o fácil. Amo “The Hunger Games” y “Divergent”. Pero tengo que reconocer que es muy superior la calidad de “Breaking Bad” que la de “50 Shades of Gray”; o un maratón de “Downton Abbey” que “Twilight”.

Para mí, la lectura no puede seguirse viendo como la tía solterona que te enseña a escribir en cursiva. Aunque parezca que requiere un mayor esfuerzo, es de los hobbies más fáciles -y económicos- que existen.

Mi reto es presentarle los libros a mis hijos de una manera tan fascinante como los buenos shows de TV. ¿Cómo? No lo sé, que me vean emocionada leyendo “El abuelo que saltó por la ventana y se largó” o “El Tiempo entre Costuras”. Que se pregunten cómo su mamá ve ese novelón de “Dallas” en Netflix y lo para para seguir leyendo “1Q84”.

Ya sé que es difícil. Pero ya les contaré cómo me va.

Y hasta quién sabe si el próximo post sobre esto lo escriba Santiago o Juan Cristóbal.

 

 

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De géneros, genéricos y generales.

Hace unos días leía sobre los “nazis del idioma” y su movimiento de inquisición y presenciaba un desacuerdo entre lo que es correcto e incorrecto según el Santo Diccionario de la RAE y me di cuenta de quedetesto cordialmente a la RAE. Mi amor por el español y su gramática, basada en nuestro “desordenado” ser no puede admitir que este idioma sea normado por leyes draconianas. Reconozco que somos tan desorganizados que algunas reglas tenemos que respetar. Además, cada vez que alguien agrega una s al pasado de la segunda persona del singular siento que pierdo un año de vida. Pero hasta ahí.Los idiomas evolucionan todos los días y no podemos esperar que S.A.R. Doña Rae sea omnipresente o tenga oído biónico para contar con su venia para emplear correctamente una palabra recién acuñada. Igualmente, anglicismos, galicismos y demás itsmos tienen cada vez menos sentido en una sociedad globalizada: no necesito que Don Camilo José Cela o Don José María Pemán me autoricen, vía Ouija, el uso de “postear” o “forwardear”.
Adicionalmente, he desarrollado una especial animadversión hacia los “Generales en Jefe” de la RAE: una cosa es la corrección gramatical y los horrorosos errores ortográficos: debe existir un mínimo respeto por la lengua que ya dejó de ser de Cervantes para convertirse en nuestra y otra, muy diferente, esgrimir las “Leyes de la Academia” para excluir, por ejemplo, la igualdad de género en nuestro idioma. Normas que en realidad son mucho menos férreas si consultas el DRAE que si eres víctima de un gendarme del español.
En mi opinión, utilizar a la Academia como excusa para no admitir el uso de un término en su género femenino, por considerarlo redundante, puede que sea correcto, mas no me parece justo. Este diccionario acepta “abogado” y “abogada”, pero hay a quien le parece inútil su utilización conjunta.
¿Cómo olvidar a las mujeres, que ayudadas por muchos caballeros han luchado para que se reconozca que podemos hacer las mismas cosas, y hasta más, que los hombres? Entonces. ¿por qué tenemos que conformarnos con que las profesiones sólo se llamen por el género masculino? Sé que es ocioso, repetitivo, redundante, fastidioso y todos los osos los discursos que parecieran querer llenar espacios al decir “niños y niñas” y que “niños” los incluye a ambos. Pero la culpa es de nuestro idioma, que define géneros según la letra final. ¿Por qué no hay un “Damas” y “Caballeros” para cada cosa? (sí, sería medio ridículo y hasta poco económico).
Sin embargo, existen varios casos de palabras “unisex”: como “Presidente”, que en mi opinión es bastante neutra porque admite tanto “el” como “la” como artículos. Igual pasa con “Juez”, “Policía”, “Votante”, “Pobladores”, etc. En mi opinión decir Presidente y Presidenta resulta ocioso porque “presidente” (y todas esas palabras terminadas en “e”) suena bastante neutro.

Personalmente, me alegro cuando dicen Abogados y Abogadas. Lo de ciudadanos y ciudadanas me tiene sin cuidado ya que la ciudananía es un derecho con el que nacemos sin importar el sexo.

Me llama la atención que en esta sociedad hispanoparlante tan machista nadie haya protestado porque la profesión “Publicista” termina en a y pudiera ser sólo del género femenino. No oímos a nadie presentando: -“estimados publicistos y publicistas”, ¿No? Así me siento con respecto a “miembros y miembras” En inglés han resuelto el asunto de la igualdad de género de una manera muy inteligente: en lugar de usar como prefijo “man” o “woman”, usan “person”. Porque al final eso es lo que somos todos, ¿no? Personas. Sin embargo, son bien cuidadosos con los pronombres, dicen “he or she” (él o ella) y el plural, “them” (ellos) es completamente neutro. Pero no conozco mucho de su academia de la lengua. Debe ser porque no tienen: sabios, ¿no?
¿Conclusiones? No tengo. Si Ana María Matute, Arturo Pérez Reverte y Antonio Muñoz Molina no me dan permiso para usar redundancias ni neologismos, pues los obedeceré, siempre que me lo prohíban personalmente. Por lo demás, seguiré tratando al español como lo que es: una lengua viva que nunca dejará de evolucionar y cuyas reglas escribimos quienes la usamos todos los días. Y no: no soy filóloga ni lingüista (por si acaso se me fue un gazapo).


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