Monthly Archives: October 2010

Léelo (antes de que te lean a ti).

Para detener la “acometida” de horrores ortográficos, aquí les dejo otra lista de dudas comunes:
Los verbos terminados en “zar”, cuando llevan “e” en su conjugación la “z” se convierte en “c”: rezar, recen. gozar, gocen.
Los diminutivos son con “c”, no con “s”: Café, cafecito. Carmen, Carmencita. Abusador, abusadorcito. Lazo, lacito.
A veces puedes usar “de qué”. La regla es fácil: para saber si escribir qué o de qué, házte la pregunta. Por ejemplo, en “me di cuenta de que a Alicia le gustaba el chocolate”, pregúntate “¿de qué me di cuenta?” (sería raro preguntarte ¿”qué me di cuenta”? ¿verdad?)
Porque y por qué. Por qué se usa cuando quieres saber algo. Porque cuando lo respondes. ¿Por qué no me llamaste? Porque no tenía tu teléfono.
Confieso se escribe con s. Confiezo no existe.
“Capaz” no es sinónimo de “a lo mejor” ni de “quizás”. Utilizado así es, según los entendidos, un barbarismo. Para mí es una barbaridad.
No existen palabras como “comistes”, “escribistes”, “supistes”, etc. Nada de eso lleva s al final. “vistes” lleva s cuando se refiere a “vestir”, no a “ver”: tú vistes una camisa de Selemar.
A la final es un barbarismo (barbaridad). Es “al final” (además es más corto). Sin embargo, leí que fue aceptado por la RAE.
Las palabras que terminan en z no llevan acento en la última sílaba: feliz, matiz, tapiz, etc. no llevan acento (ortográfico, o sea, tilde).
Casa, de casamiento y de hogar es con s. De “atrapar un animal” es con z: caza.
Osea no existe. Existe “ósea” (referido a los huesos). O sea que se dice “o sea”. ¿me explico?
Finalmente, “sé”, sé de saber lleva tilde, ésa está fácil: “no sé”, “ya sé”. Si escribes “no se quita”, no lleva.
(este último párrafo es una contribución de David Castellanos)

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Superficialidades.

Era imposible que un caso como el de los mineros chilenos pasara desapercibido. No podía esperarse algo diferente al reality show transmitido desde Copiapó que hizo derramar más lágrimas que cualquier “extreme makeover”. Eran 33 personas que sobrevivieron al derrumbe de una mina y se dieron por muertas durante una semana. Comunicaron que estaban vivos mediante una carta cuya foto probablemente gane no uno sino varios Pulitzers. Movilizaron prodigios de ingenería de todo el planeta en su rescate y contaban con la mejor cobertura cinematográfica para documentarlo: si eso no es buena producción, no sé qué lo será. Pero, ¿alguien habló con los protagonistas?
No veo reality shows estilo Jersey Shore ni nada que se le parezca, pero si los que ahí aparecen aceptaron ser parte del casting, cualquier comentario (o chisme) que se haga sobre ellos era un riesgo inherente al contrato.
En cambio, estos señores mineros sólo bajaron a hacer su trabajo diario. No se imaginaban que su anónima vida, tan anónima como la de cualquiera de nosotros, iba a ocupar las primeras páginas de la prensa internacional. Y, de repente, uno de ellos, bautizado injustamente como “el minero infiel” (y digo injustamente porque no creo que nadie deba poner nombres) pasó a ser más importante que la cápsula Fénix. Su llegada creó más expectativa que la de los demás mineros sólo porque se le conocía una esposa y una “amante”. Chistes, muy fáciles todos, iban y venían. Leí que diría “trágame tierra” al salir más o menos mil veces. ¿Será que era más fácil enfocarse en las debilidades humanas que en la grandeza de todo lo que estaba pasando?
Ojalá y en unos meses la Historia (así, con mayúscula) que hoy se escribe de lo que pasó en Chile no se recuerde como “el caso del minero y las 2 mujeres” .
Claro, estoy segura de que Laura en América hará un programa con él antes de que Discovery Channel airee “Megaestructuras: así funciona la cápsula Fénix”

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