Monthly Archives: March 2010

Lo que aprendí al repetir Kínder.

 

 

1.- No importa qué tan alto seas, igual terminarás sentado en el piso, mirando hacia arriba.

 

2.- Las palabras mágicas sí existen, y funcionan. “Please” sí abre puertas. “Time out” es un hechizo paralizante. “Make good choices” logra que las manos desaparezcan y que las bocas se cierren automáticamente.

 

3.-Nunca es demasiado temprano para que tengan fe en ti: aunque todavía no sepas qué significa esa palabra.

 

4.- La real competencia no es entre los niños sino entre sus mamás: ellos son igualmente inteligentes, las madres no.

 

5.-Los niños son como los espejos de los circos: reflejan la realidad de sus hogares, sólo que ligeramente alterada.

 

6.-Definitivamente, son “mini gente”, pero sobre todo, “mini”. Así como se ve extraño una niñita usando tacones altos y maquillaje, resulta espantoso un niño de 5 años repitiendo diálogos de “Precious”.

 

7.-No importa lo buena madre que creas ser, tu hijo siempre encontrará algo que te hará sentirte peor que las demás. Y no será su culpa, sino tuya.

 

8.- Kindergarten parece mucho más difícil después de que has terminado la universidad. Mentira, no parece más difícil, lo es.

 

9.- Los niños siempre pueden hacer más cosas que tú porque te llevan años de ventaja en el desconocimiento de lo que es imposible.

 

 

Todo eso me lo enseñó mi hijo durante su primer año en la escuela. Lo que me espera.


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¿Inmoral yo?

Leía en un foro, donde discutíamos la situación de Venezuela, que había llegado el momento en el que hablar de fiestas, playa o whisky resultaba inmoral. Pensaba, ¿qué puede tener de inmoral que la gente quiera disfrutar un poco con el dinero que duramente se ha ganado, o que piense en ahogar sus pesares (que ahora son más) en alcohol mayor de edad?
Llegué a la conclusión de que hacer eso, cuando queremos hacer creer al mundo que lo que se vive en Venezuela es una dictadura no es inmoral. Es simplemente estúpido: Me imagino la cara de los críticos a nivel internacional, señores serios a los que puede llegarles el informe de HRW y capaces de darle hasta algo de credibilidad, diciendo “¿Cómo esa chica, que se queja de la férrea garra opresora del chavismo, utiliza ese mismo medio para hacer cuenta regresiva de las horas que faltan para Carnavales?”.
¿Será que somos tontos, frívolos o incoherentes?
Por supuesto que, antes de opinar, me preparé para las respuestas -ataques- de los residentes en Venezuela: “Vente para acá a ver si dices lo mismo” “muy bueno ser mánager de tribuna”. Sí, como si los que están allá hicieran alguna diferencia en cuanto a su dureza en el teclado

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"No debato con nadie que no esté de acuerdo conmigo"

Hace unas semanas, en la red social Twitter, el conocidísimo músico Willie Colón decidió emitir una opinión no muy favorable al presidente venezolano, Hugo Chávez, en apoyo a los que condenaban el nuevo cierre de otro canal de televisión opuesto a las “verdades” gubernamentales.

Nadie refutó lo que dijo Willie Colón con datos que dijeran lo contrario a lo que él afirmaba de Chávez. Cuando criticó el cierre de medios de comunicación, o lo que hacía a los venezolanos, en lugar de defenderlo con cifras que dijeran que los medios eran libres, que no existía delincuencia o que todos eran más prósperos desde que él está en el poder, los defensores de Chávez se dedicaron a “googlear” cuando cuento oscuro existía del maestro, como si nombrar una noche de parranda de Willie Colón tuviera la capacidad de reducir la cifra semanal de muertos en Caracas; o un desacuerdo con “La Voz” fuera capaz de hacerlos olvidar, por lo menos en Twitter que se nos acaban los espacios de discusión, porque somos incapaces de ir más allá de los insultos. No sabemos debatir.

Ante una posición con la que no estamos de acuerdo, insultamos al que la expresa. No intentamos, ni siquiera, argumentar nuestro desacuerdo: el que no sea “de los nuestros” lo convierte en un enemigo al que ni siquiera creemos capaz de entender nuestro idioma. Por eso procedemos a emplear con ellos nuestro vocabulario más básico, acompañado, por supuesto, de menciones a su genealogía que lo hacen, en nuestra opinión, habitantes de otra dimensión (desconocidísima para nosotros, por supuesto).

Un debate no debería ser un concurso de insultos. Debería dar la oportunidad a los que lo presenciamos de conocer diferentes puntos de vista y, hasta, quién sabe, ser capaz de hacernos cambiar de opinión.

Eso es lo que pienso. ¿Alguien quiere debatir mi punto de vista?

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Del tamaño de su voz, por Adriana Bertorelli Párraga

Ella, la que cantaba boleros, nació algún día de 1935 en Cuba, en un pueblo pobrísimo de Camagüey llamado Céspedes. No sabemos cuántos hermanos tuvo, ni si los tuvo o quiénes fueron sus padres. Sabemos que era pobre, que era negra e inmensa, y que por 1948 se fue a La Habana a trabajar de cocinera. Fue entonces cuando Fredesvinda García se convirtió en La Freddy, la estrella del Bar Celeste, la que cantaba sin música.

Fredesvinda o Fredelina, como alguna vez se le escuchó presentarse, llegó a La Habana en plena Cuba de Batista. Del segundo Batista. Cuando la revolución económica en Cuba estabilizaba los intereses económicos de Estados Unidos a través del líder de la mafia Meyer Lansky. La Habana se había convertido entonces, con la venia de Batista, en el patio de juegos de la mafia: del tráfico de drogas, de los casinos, de los carros lujosos, de luchas entre capos, del alcohol sin límites. El paraíso de todos los excesos posibles. Para darse una idea basta ver El Padrino II. Era la Cuba de las vitrinas panorámicas en las tiendas de diseñadores famosos, de las vacaciones del jet set, de visitas frecuentes de Marlon Brando, Ava Gardner, y por supuesto, de Frank Sinatra. Era la Cuba donde abundaba la champaña y la langosta. Un nirvana absoluto para que a una muchacha del campo con pretensiones de cantante y atrapada en una belleza enorme e incomprendida, se le quitara el hipo y se le elevaran los sueños. La Cuba en la que los perfumes franceses Guerlain todavía leían en su etiqueta: Paris, New York, La Habana.

La versión más conocida –y manoseada– de la vida de La Freddy, si bien él mismo aclara que no es una biografía, fue el homenaje que le hiciera Guillermo Cabrera Infante en capítulos incisos de su novela Tres Tristes Tigres, con el nombre de “Ella cantaba boleros”. Por mucho tiempo se pensó que esa Estrella Rodríguez que Cabrera Infante dibujaba, esa cantante negra y colosal de unos ciento cincuenta kilos que describió con tanta belleza, pero también con tanto desdén, era un personaje de ficción: “…Con un vaso en la mano, moviéndose al compás de la música, moviendo las caderas, todo su cuerpo, de una manera bella, no obscena pero sí sexual y bellamente, meneándose a ritmo, canturreando por entre los labios aporreados, sus labios gordos y morados, a ritmo, agitando el vaso a ritmo, rítmicamente, bellamente… el efecto total era de una belleza tan distinta, tan horrible, tan nueva…”. Luego el escritor admitió que los capítulos de “Ella cantaba boleros” fueron un homenaje a La Freddy después de enterarse de su muerte, aunque siempre aclaró que el suyo era un retrato repleto de fábula.

Ella guisaba de día y cantaba de noche. Después de terminar su jornada como cocinera en casa de Arturo Bengoechea, presidente de la Asociación Cubana de Béisbol, la Freddy se bañaba, (según Cabrera Infante, la Estrella era anfibia, no sólo porque parecía una ballena y era totalmente lampiña, si no porque siempre estaba mojada: o estaba bajo la ducha o estaba sudando), se vestía, y en la noche se iba al Bar Celeste, lugar de encuentro de bohemios y artistas que quedaba entre las calles Infanta y Humboldt. Se sentaba a fumar cigarrillos mentolados junto a la rockola y tomaba ron hasta la madrugada. No hablaba mucho, sólo fumaba y sentía. Un día alguien apagó la rockola y le pidió que cantara, seguramente ya la había visto fumar, bambolear al ritmo su cuerpo inflamado y tararear a media voz. Un guitarrista se ofreció como acompañamiento pero ella no quiso, dijo que la música la llevaba ella por dentro y para qué más. Así que cantó a capella con su voz absoluta, y desde esa noche, todas las noches.

. Cantaba como un volcán, pero también era capaz de una ternura infinita que conmovía hasta las lágrimas. Con un registro de contralto, su voz era tan profunda que llegaba a parecer de tenor, incluso de barítono. Freddy tenía que sortear a diario el escrutinio de combinar un físico fuera de todos los parámetros con la sorpresa de la duda de si tenía voz de hombre o de mujer. Poseía, manipulaba, paseaba con su voz que dibujaba un lamento profundo. Parecía que cantara con la vagina. Reinventaba la música con un sentido único en el que a veces su público tardaba en reconocer los boleros de siempre. Cabrera Infante diría: “Hacía tiempo que algo no me conmovía así y comencé a sonreírme en alta voz, porque acababa de reconocer la canción, a reírme, a soltar carcajadas porque era Noche de ronda y pensé, Agustín (Lara) no has inventado nada, no has compuesto nada, esta mujer está inventando tu canción ahora: ven mañana y recógela y cópiala y ponla a tu nombre de nuevo: Noche de ronda está naciendo esta noche”. A media luz, con los ojos cerrados, Freddy cantaba con esa voz grave, tristísima, como salida del centro de la tierra, que partía el corazón en dos. Alargaba las frases, las hacía infinitas. Cantaba y lloraba.

La Habana nocturna se fue pasando la voz. Ya algunos sabían que en la madrugada se apagaba la rockola y el Bar Celeste se convertía entonces en el templo de la Freddy. Cada vez más se llenaba de músicos, de conocedores, que a su vez traían a otros a iniciarse en el arte de este animal extraño, hermoso y descomunal, que cantaba como un saxo barítono. La voz de Freddy, por sí sola, constituía un ritual de apareamiento. Cantaba y cantaba por horas, siempre en penumbras, siempre llorando. Una noche, demasiado tarde, algún vecino se quejó por el ruido del bar y le pidieron que callara. Entonces cruzó la calle y siguió cantando bajo un farol.

. Fue descubierta en toda su humanidad por el empresario Carlos Palma, que le dedicó una buena crítica y, poco tiempo después, ya estaba cantando en el cabaret del hotel Capri, aunque, muy a su pesar, con obligado acompañamiento orquestal. La revista Habanera Show en su número de julio de 1959 titulaba: “Del servicio doméstico surge una bolerista que ha de ser célebre” y seguía: “Nuestro nuevo descubrimiento ha de ser explosivo y sin pecar de aspaventeros, podemos anticipar que estamos presentando en Freddy García a una de las boleristas más notables de Cuba y quizá del mundo”.

Con Freddy no había términos medios, no podía haberlos. Se bañaba hasta cuatro veces al día y se regaba con frascos enteros de agua de colonia de la cabeza a los pies. Obsesionada con los olores, se moteaba tanto talco que luego se convertía en anillos blancos alrededor del cuello corto que sostenía la gran luna oscura que era su cara. Se dice que le gustaban las muñecas y que a pesar de su voz total, era de una ingenuidad desarmante. Le encantaba pasear y recorrer las vitrinas fascinada por las luces de las tiendas y los maniquíes con vestidos de moda.

Luego del Capri y otros cabarets como Las Vegas y el Tropicana, vino su debut televisivo en Jueves de Partagás, un programa de variedades en el que cantó con Benny Moré y Celia Cruz. Sentenciosa como en todo, afirmó que estaba tan feliz que después de esa noche, ya podía morirse.

.Ya Freddy era una estrella, aunque nunca fue famosa. Su voz quedó para siempre en un disco de larga duración el único, grabado en 1960 en la placa de acetato número 552 del sello Discos Puchito, el mismo que ya había grabado a Celia Cruz, Mercedita Valdez, Celeste Mendoza, Bertha Dupuy y Olga Guillot. Fueron doce temas recopilados en el disco: Noche y día, Freddy con la orquesta de Humberto Suárez con arreglos demasiado predecibles, lo que no deja de ser paradójico, sabiendo que a ella le gustaba cantar a capella, sin acompañamientos. Sobre esto, César Miguel Rondón, autor de El libro de la salsa, opina: “El timbre de Freddy no se parecía a nada, era un sonido fuera de serie, un fenómeno, literalmente hablando. Tratar de hacerle un arreglo a aquella voz de trueno, que no era de hombre ni de mujer, era como intentar meter un camión dentro de un pitillo. Esa grabación requería a lo sumo, unas maracas y un bongó. Esa voz reinventó Noche de ronda. No era una voz para el melómano convencional”.

. Hay quienes aseguran que el director de las películas Calle 54, La niña de tus ojos y Belle epoque, el premiado cineasta español Fernando Trueba, contempló la idea de hacer una película sobre Freddy que sería protagonizada por la contralto venezolana Neiffe Peña. No suena descabellado considerando los evidentes gustos musicales del cineasta y su interés por la música cubana. Prueba de esto es que su última película, El milagro de Candeal, fuera protagonizada por el gran pianista cubano Bebo Valdés y que su película Calle 54, un gran éxito tanto de crítica como de reconocimientos internacionales, viera premiada su banda sonora como mejor álbum de jazz latino. Se sabe a raíz de estos comentarios que Neiffe Peña, ahora radicada en México, estuvo en Cuba investigando exhaustivamente sobre la vida de Freddy e incluso logró entrar en contacto con Grisel, única hija de Freddy de quien hasta ahora sólo existían presunciones.

Gracias a la recomendación y perspicacia de Mario Vargas Llosa y de Javier Marías, según el mismo Cabrera Infante escribiera en el prólogo, Ella cantaba boleros fue editada como un libro en sí mismo en 1996. A raíz de su publicación en España se reeditaron, en otro disco, los únicos doce temas que Freddy grabó, no más, sólo doce. Gracias a ese disco, que hoy todavía es una rareza para conocedores, se comienza a reconocer su importancia musical. Valdría la pena el experimento de limpiarlo de los arreglos cocteleros de Humberto Suárez, que hacen que la banda de jazz compita con esa voz que no tenía igual, para dejar a Freddy tan desnuda y despojada como ella era.

Acerca de su interpretación de la canción Freddy, especialmente escrita para ella por Ela O´Farrill la misma Freddy declaró para la Revista Élite en su visita a Venezuela en 1960: “Siempre que la canto en público no paro de llorar. Mi público dice que soy dramática en escena. Yo no entiendo esto. Lloro porque me emociono y porque siento temor. El disco mío tiene una fotografía en la que estoy llorando. Es un mal sin remedio”. La canción, casi una autobiografía, dice: “No era nada ni nadie/ y ahora dicen que soy una estrella/, que me convertí en una de ellas/ para brillar en la eterna noche”.

. Luego de estallar la revolución cubana en 1959, uno de los acontecimientos más controversiales del siglo pasado en América Latina, comenzaron a recoger las rockolas de todos los bares que Freddy frecuentaba: las montaron en camiones con la excusa de un operativo y se las llevaron. Primero una, después otra, después otra. Las dos caras de La Habana de los sesenta comenzaron a enfrentarse de madrugada, cuando a la misma hora en que unos salían del cabaret, otros ya iban en camino a cortar caña de azúcar. El gobierno revolucionario ya había expropiado las empresas norteamericanas radicadas en Cuba y todas las grandes compañías cubanas hacia octubre de 1960. También había confiscado o clausurado todos los medios de difusión para esa fecha. Empezó el racionamiento, y como ya no había posibilidad de adquirir cosméticos importados, las mujeres comenzaron a delinearse los ojos con témpera y las oficinistas a dibujarse una raya negra al dorso de las piernas para simular que llevaban medias de nylon. Los artistas que pudieron se llevaron su música a otra parte y así Cuba se quedó sin la muñequita que canta, Blanca Rosa Gil, sin el bárbaro del ritmo, Benny Moré y sin la reina del guaguancó, Celeste Mendoza, entre una lista interminable de cantantes, compositores y otros músicos que todavía siguen regados alrededor del mundo, cantándole a su país.

Fue entonces cuando Freddy se fue de gira a México, Colombia y Venezuela con la compañía de variedades de Roderico Neyra, un mulato enfermo de lepra que llevaba guantes blancos para disimular su deformidad. Rodney, como le decían, era de una homosexualidad afectada y cáustica y se hizo tremendamente famoso por su tino como descubridor de estrellas, pero, aun más, como coreógrafo del Tropicana. Muchas estrellas de la música cubana de esa época, incluyendo a Celia Cruz, no dudaban en agradecerle parte de su éxito.

Del paso de Freddy por Venezuela quedan pocos recuerdos. Se presentó en el Pasapoga, cabaret de moda en los años cincuenta y sesenta, ubicado en la avenida Urdaneta. Cantó en Venevisión y se sabe que todavía en el diario Últimas Noticias existe un extraordinario archivo fotográfico prácticamente inédito. En una de esas fotos, aparece una Freddy grandiosa y feliz con un lazo en la cabeza, abrazando a una muñeca. Algunas de las publicaciones de la época reseñan el fenómeno de su visita, como lo demuestra la Revista Élite: “Desde hace unas semanas Freddy estremece a los venezolanos con su estilo limpio, original, purísimo. En las pantallas de los televisores –donde cabe a duras penas– Freddy suele asomarse para cantar una `noche de ronda’ como los ángeles… Por la noche, la pista del night club donde trabaja se llena con su cuerpo y el night club todo se llena de su voz redonda y sonora que no se parece a ninguna. Freddy es aplaudida una vez. Y otra. Y otra más. Entonces, nadie ve el tronco de mujerota: todos ven su voz, su pureza, la ternura de sus expresiones…”

Luego de Venezuela, su gira continuó por Colombia, México y Puerto Rico, donde el último día de julio de 1961, en una fiesta en casa del músico cubano en el exilio Bobby Collazo, compositor de éxitos como Tenía que ser así y La última noche que pasé contigo, bebiendo, riendo, cantando entre amigos y conociendo la fama a los veintiséis años, Freddy sufrió un infarto, el segundo. Y allí murió.

Y desde entonces, muchas conjeturas se han tejido en torno a la Freddy: por su volumen, por su timbre profundo y su vida áspera, casi hasta el final. Muchas presunciones sobre si realmente hubiera llegado a ser famosa de no haberse ido tan temprano.

Todavía hay quien se pregunta de qué tamaño fue o pudo haber sido. Pues del único tamaño que realmente importa: del tamaño de su voz.

Publicado por la revista Marcapasos.


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Sobre mi cadáver. Adriana Bertorelli Párraga

Todo lo que termina apenas comienza. Contrariamente a lo que suele pensarse, El paso de un ser humano a cadáver desencadena una serie de usos, aplicaciones, rituales y complicadas maniobras que producen angustia y valen un montón de dinero. Estas son algunas de las más estrafalarias.


Las tumbas son pa’ los muertos

«Mire… el solo pelito le dejaron ahí.» Néstor Carmona se persigna mientras señala una tumba. Sobre la lápida hay un ángel pequeño, gastado, que parece mucho más antiguo que la cripta medio escondida entre la maleza. También hay tres botellas de ron, un montón de colillas de cigarro y una nube de mosquitos con un sorprendente sentido de la fidelidad. En esa urna, que Carmona descubrió abierta hace dos días, estuvo el cuerpo de la señora Rosa, una amiga de su madre que había sido enterrada en el sector Las Pavas del Cementerio General del Sur. Al parecer, su ángel no la pudo librar de todo mal ni siquiera después de muerta.
Forzaron la bóveda por arriba con una mandarria, o con un pico que rompió el concreto. Debajo del cemento hecho añicos, en el ataúd desvencijado y entreabierto y por donde estuviera la cabeza del cadáver, se ven los restos de la señora Rosa: el cuero cabelludo, unos pocos huesos y la ropa. Al fin y al cabo, al sitio al que la llevaron no necesitaba ir vestida. Carmona se pregunta si el marido, Antonio López, ex trabajador del cementerio, estará enterado que desde anteayer el cuerpo de su esposa ya no está en donde hubiera debido tener un descanso eterno.
Néstor Carmona trabaja en este cementerio junto con sus dos hermanos desde hace más de 20 años. En ese tiempo han sido muchas las tumbas profanadas que han encontrado. Y si a eso se le suma los chivos desangrados, los gallos negros despescuezados, las cabezas de perro, los círculos de sangre y los rituales con todo tipo de osamentas humanas especialmente fémures y cráneos, que también han sido localizados en el cementerio, dispuestos en formas parecidas a estrellas o figuras geométricas, resulta más que evidente la presencia de paleros en la zona.
Hace años todavía era una excepción, pero ahora, para los Carmona, es casi una regla encontrar en la mañana, al llegar al trabajo, los restos de los rituales de Palería, Palo Monte o Palo Mayombe, un culto proveniente del Congo y muy afecto a las raíces de la magia negra. Según el Tata Nganga Pedro Cubero (el equivalente palero a un Babalawo Yoruba), los cadáveres masculinos son más solicitados que los femeninos porque su poder protector es mayor y dan más fortaleza, aunque todo depende de la tarea que se les encomiende. A los paleros no les resulta complicado conseguir sus implementos de trabajo y es totalmente sabido que tienen en algunos empleados y vigilantes del cementerio a sus mejores aliados. Con sólo una llamada telefónica pueden tener todo un esqueleto para el día siguiente. Los precios varían según la pieza. Por ejemplo, un cráneo humano o criyumba, puede costar cerca de los 500 bolívares fuertes; una osamenta completa puede adquirirse por el módico precio de 700, y un fémur, falange o algún otro hueso que se requiera, puede oscilar entre 250 y 300. El costo depende de si el profanador trabaja solo o si tiene que compartir el pago con alguien más.
Según Cubero, «Hay muchos prejuicios por ignorancia. Aquí no hay nada malo, nada indebido. Los paleros nos guiamos por creencias ancestrales venidas del Congo. Es así desde hace siglos y siglos, aunque la gente no lo entienda».
En el Palo Mayombe todo se basa en adquirir el poder del muerto. Para eso, los Nganga preparan una cazuela que les transmite esa fortaleza y que puede tener entre sus ingredientes, además de los huesos del difunto, tierra del cementerio, la cabeza de un perro negro, una cadena, sangre fresca de chivo, una herradura, una botella de aguardiente, un huevo, tabaco, pólvora y vino dulce para rociarlo. La idea de los rituales paleros es sellar un pacto con el muerto y fortalecerse con algunas de las características que éste tenía en vida. Esto, según la creencia, es mutuamente beneficioso. (Ha sido imposible confirmar esta creencia con la otra parte involucrada en el ritual.)
Y si bien la profanación de tumbas no es algo nuevo en Venezuela, muchos piensan que su acentuado crecimiento se debe al incremento de cubanos en el país desde hace cerca de 10 años, lo que ha traído como consecuencia el auge de religiones y tradiciones afrocubanas, y la proliferación de tiendas en las que venden gallos, chivos, palomas y otros animales para sacrificios rituales, así como objetos espirituales, esencias y amuletos. Incluso, se tiene la percepción general de que en los altos mandos del poder hay una clara aceptación de estas prácticas, que se ve apoyada por la posición antagónica que ha asumido el gobierno frente a la Iglesia católica.
Las autoridades consultadas sobre este particular manifestaron desconocer si existe un aumento de seguidores de las religiones afrocubanas, dicen no disponer de cifras relacionadas con la profanación de tumbas, e ignoran estadísticas sobre el comercio de huesos humanos.

No estaba muerto, estaba de parranda

Justo allí donde todo parece terminar, comienza un mundo de posibilidades casi infinitas para aquellos cuerpos que alguna vez fueron personas. A través de los siglos, con su consentimiento, o sin él, los cadáveres han servido de materia prima para toda clase de procedimientos médicos, espirituales y científicos: trasplantes, brujerías, estudios de anatomía, experimentos, cirugías correctivas postmortem, abono, embalsamamientos, disecciones y hasta rituales pemones donde se toman sus cenizas con plátano, han sido algunas de las ocupaciones más frecuentes de los cuerpos sin vida. Pero no las únicas.
La psicóloga y periodista estadounidense Mary Roach, autora del libro Fiambres: la fascinante vida de los cadáveres, relata que, una vez que alguien muere, la aventura apenas comienza. Y es que en este libro extraño, pero delicioso, se describe con humor negro las muchas posibilidades que ofrece la existencia como cadáver. O como lo pone la autora: «Por muy gris que haya sido su existencia en este valle de lágrimas, cualquiera puede redimirse postmortem, e incluso, con un poco de suerte, incorporarse a la grandiosa epopeya del conocimiento humano: un tipo de lo más normal que decide donar sus órganos puede convertirse, de repente, en un héroe».
Casi todas las partes de un cadáver son aprovechables para algo útil y, por supuesto, no en todos los países se les da el mismo uso. En Estados Unidos, donde la gente se dona voluntariamente y la obtención de cadáveres no implica infringir la ley, se utilizan los cuerpos sin vida en los más variados oficios.
En la escuela de medicina, por ejemplo, los estudiantes de cirugía plástica pueden practicar, con una sola cabeza, unas 10 operaciones diferentes, desde rinoplastias hasta la implantación de prótesis de barbilla.
Y no sólo en la ciencia, también en la industria automotriz los cadáveres son colaboradores muy apreciados. Como modelos de choque o crash test dummies, la utilización de cuerpos sin vida de todos los tamaños ayuda a establecer cuál es la velocidad, la presión y la fuerza del impacto bajo la cual se afectan los diferentes órganos del cuerpo humano para así desarrollar bolsas de aire y cinturones de seguridad que realmente nos protejan dependiendo de nuestro peso y tamaño.
Los cadáveres también pueden ser arrojados desde cierta altura para comprobar el efecto de los golpes en el cuerpo humano; o usados por secciones y aprovechar las piernas, por ejemplo; para investigar qué tipo de calzado es el más conveniente para desactivar las minas antipersonales o quiebrapatas (hasta ahora, y aunque usted no lo crea, van ganando las sandalias), o puede estar tranquilos, reposando, junto con otras decenas de colegas, tomando sol (y lluvia y aire), para estudiar los tiempos de descomposición según el peso, el clima, el sexo y el tipo de ropa que lleva el cadáver. Es extraño cómo la vida de un muerto puede llegar a ser bastante más divertida e interesante que la de muchos vivos que conocemos.

Voy a perder la cabeza

«Me fui con una amiga al Cementerio General del Sur, porque eso fue lo que nos sugirieron en la misma universidad. Buscamos a un enterrador y ese nos mandó donde otro y ese donde otro más. El último nos llevó hasta La Peste. Allí, nos hizo asomar en la fosa común con montones de cadáveres apenas cubiertos con un poco de cal y nos dijo: “Escojan el que quieran”. Como era para odontología, nada más necesitábamos las cabezas. Elegimos a los tres que pensamos que podían tener mejor dentadura y él, con la pala, los fue descabezando uno a uno y nos dio las cabezas en una bolsa negra de basura.» Elizabeth Luján aspira un cigarrillo en su joyería de Plaza Las Américas con un latte en la mano, mientras se evalúa las uñas postizas y recuerda que hubo una cuarta cabeza separada de su cuerpo, pero que el palazo del enterrador (y desenterrador) fue tan fuerte que le cortó el maxilar y así no les servía.
La hija de Elizabeth estudió Odontología en la Universidad Central de Venezuela hace cinco años y, como ella, 45 estudiantes en cuatro cursos, es decir, un total de 180 estudiantes por semestre, tienen como tarea obligatoria conseguir un cráneo para sus prácticas. Existen los cráneos acrílicos especialmente diseñados para estudiar pero no los traen a Venezuela y cuestan millones. Hay que viajar a Miami y comprarlos directamente. Entonces la solución es agenciarse un cráneo humano como se pueda. Algunos corren con suerte y heredan cráneos de otros que ya pasaron de año, pero a la gran mayoría le toca, forzosamente, buscar su propio cráneo. Por lo general, las encargadas de esta tarea son las mamás. Y para entender la magnitud del asunto, basta con imaginar que cada semestre a 180 mamás les corresponde, antes de montar el almuerzo o llevar al hermanito a la guardería, irse al cementerio a comerciar con profanadores de tumbas y cráneos humanos para que su hijito aprenda a hacer tratamiento de conductos. Al fin y al cabo, es obligatorio porque si no lo llevan, rodarán cabezas.
Luego de que ella y su amiga metieran en la maleta del carro sus tres cráneos, uno de ellos bastante fresco, con ojos, piel y cabello y con un hedor insoportable, según su descripción, se los llevaron a casa y los sancocharon por cuatro horas, de acuerdo a las instrucciones recibidas en la Facultad. «Luego botamos la olla», aclara por si acaso. Después, pusieron las cabezas a secar al sol, para a continuación llevárselas a un empleado del Departamento de Patología del Hospital Universitario que les cobró 50 Bs.F., de hace cinco años, por cepillarles los restos de piel, quitarle el residuo de cabello y los restantes de nervios, ligamentos, tendones y músculo. También les trepanó el cráneo y les soltó los maxilares porque así lo exigen en la Facultad y, como en el proceso se le cayeron algunos dientes, tuvo el cuidado de devolvérselos en una bolsita aparte. En este caso, es vital conservar la dentadura en buen estado y poder ver la mordida del que ahora es cadáver.
El cráneo que le tocó a Paula, la hija de Elizabeth, ahora se llama Esteban de Jesús. A Esteban le mandaron a hacer unas misas junto a sus otros dos compañeros de cocción. Paula ya se graduó y ahora la cabeza de Esteban deambula en la lonchera de su hermana, que también decidió estudiar Odontología. Según Elizabeth, ese es el mejor destino que le ha podido tocar a Esteban ya que, en vez de sufrir el hacinamiento de La Peste y que lo olvidaran para siempre, ha sido un cráneo de mucha utilidad. De hecho, piensa ella, quizás Esteban esté sirviendo más después de muerto que cuando estaba vivo y además, ahora tiene quien lo quiera, lo limpie, lo cuide y tiene más accesorios que la Barbie: dentadura perfecta con baño de flúor, arterias de plastilina, sistema nervioso, músculos de foamy y hasta una carrera universitaria.

Hasta que el cuerpo aguante

Un cadáver se parece poco a una persona. Ciertamente, tiene la misma forma, la misma estructura y si uno se empeña en inventariar, tiene ojos, nariz y garganta, pero la falta de pulso y de torrente sanguíneo es determinante para que deje de parecer gente.
En la Escuela de Medicina José María Vargas, perteneciente a la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Venezuela, se estudian alrededor de 14 cadáveres simultáneamente en la cátedra de Anatomía Normal. Y es que no hay que ser muy inteligente para darse cuenta de que es mucho más recomendable para un paciente, no importa la especialidad, que quienes van a ser sus médicos estudien y practiquen primero en cuerpos sin vida que en un quirófano, en la mitad de una operación.
Para que un cadáver califique como material de estudio y así poder ayudar a los estudiantes de medicina a convertirse en médicos, tiene que cumplir con ciertos requisitos. Primero, debe donarse en vida mediante una autorización notariada de manera que, cuando fallezca, ya exista un documento legal que avale la donación de su cuerpo para ser estudiado en la Escuela de Medicina. También puede ser un cadáver donado por familiares (siempre con autorización notariada) o un indigente fallecido en el Hospital Vargas que no haya sido reclamado por ningún pariente.
Luego, todos los cuerpos pasan por una inspección minuciosa por parte del señor Carlos Parada, auxiliar de práctica de anatomía y preparador de cadáveres de la Escuela Vargas por más de ocho años. Él descarta enfermedades infectocontagiosas como VIH, tuberculosis o hepatitis y también garantiza que el cadáver no tenga aún la mancha verde en el abdomen, señal de que ha comenzado a descomponerse. A partir de ese momento, pasa por un proceso de conservación y embalsamamiento para que un mismo cuerpo pueda ser estudiado hasta por dos y tres años consecutivos.
Lamentablemente, los estudiantes no tienen tantos cuerpos como necesitarían para estudiar por lo que, usualmente, el mismo cadáver se divide en dos (a través de una línea imaginaria), y entonces un curso de 25 a 30 estudiantes estudia del lado derecho y otro, del lado izquierdo. O, como lo dijera el señor Parada, «tenemos pocos y hay que rendirlos».
Una vez que el cuerpo es aprobado por el señor Parada (o Míster Stop como lo llaman los estudiantes) comienza el proceso de conservación: «Lo primero que hace uno es lavarlo bien lavadito. Luego le abre la carótida y por allí irriga el formol y lo deja por un par de días. Si no le llega el líquido a las piernas, toca irrigarlo inyectándolo a mano. Y claro, como está mucho rato boca arriba, también hay que inyectarle los glúteos, voltearlo, para que agarre mejor forma. El cuerpo debe verse bien bonito, bien coqueto». Este hombre habla con orgullo. Aunque la verdad, bonito y coqueto no parecen ser palabras adjudicables al cuerpo marrón grisáceo sobre el cual el señor Parada explica.
Apergaminado, casi brillante y quietísimo, resultan adjetivos más lógicos. El cadáver es (¿o era?) un hombre moreno y debe haber sido alto, a juzgar por los pies que sobresalen de la bandeja de metal. Indigente de la Misión Negra Hipólita, dice Parada. Hay una notoria diferencia de colores entre una pierna y otra, porque en una se irrigó mejor el formol. Tiene las uñas de los pies largas y un hueco enorme a un lado del cuello, en la carótida, del que sale un nudito hecho con pabilo. Allí iba sostenida la sonda que lo irrigaba. El pene lo tiene recogido hacia atrás o al menos eso parece. El olor a químicos está muy presente. Químicos y desinfectante y ni una gota de sangre. Impresiona la limpieza absoluta y que no huela mal a pesar de que en la sala contigua, en el salón de los estudiantes, haya 14 cadáveres, y en ésta, dos en preparación. A un lado del fregadero está el cráneo. «Después de irrigarlo y reposarse, le abro la bóveda craneal, separo parietales, temporales, aparece la meninge, y quitamos el cerebro», dice Parada «entre una cosa y otra el proceso puede tomar unas dos semanas. A veces esto se me pone full con tres, cuatro cadáveres para preparar al mismo tiempo.» Parada se pone conversador y comenta: «Mi trabajo anterior era maluquísimo. Trabajaba en la fábrica de casimires que le confecciona a trajes Montecristo. Y de tanto cortar yo estaba dejando los ojos». Ciertamente, el tema tiene tela.
En el salón contiguo, llama la atención un bulto debajo de una tela de yute. Por la silueta parece un torso, un cuerpo incompleto. Al lado, hay una caja de un televisor Panasonic, llena de huesos. «A ese lo estoy desmembrando. Luego, hace falta hervirlo para quitarle la materia blanda. Ya ese tenía mucho tiempo pero aquí nada se desperdicia. Estoy haciéndole una Osteoteca a los muchachos para que puedan estudiarse los huesitos.» Es el mismo principio que una biblioteca. Los estudiantes sacan, por ejemplo, un peroné, se lo llevan a su casa y lo tienen que devolver el viernes. Parada sonríe tímidamente cuando cuenta que los muchachos les ponen nombres a los cadáveres porque les agarran cariño. Uno se llama Rex, como el tiranosaurio, porque tiene los brazos corticos.
«Tu trabajo puede ser malo y desagradable, pero mientras tengas ética, puedes convertir todo en algo bello.» Carlos Parada es, definitivamente, un filósofo.

Quítate tú

«No es necesario llegar al cielo con el cuerpo completo. Allá arriba no es útil.» El doctor Mauro Carretta, subdirector del programa metropolitano de trasplantes, es categórico. Mucho se ha hablado de dar vida después de la vida, pero pocos venezolanos asumen ese compromiso. Carretta sabe de lo que habla. Ha sido pionero en este campo junto con el doctor Pedro Rivas, actual director de la ONTV, la Organización Nacional de Trasplantes de Venezuela.
Actualmente, en el país se están practicando trasplantes de córneas, hígado, riñón, piel y médula ósea. Anteriormente existía un muy buen programa de trasplantes de corazón, pero se acabó por múltiples factores. Una persona puede decidir donar sus órganos conscientemente e informar a sus parientes más cercanos para que cumplan su voluntad después de muertos, o también donar los de un familiar al que se le haya diagnosticado muerte cerebral. Sobre esto, el doctor explica: «Muerte hay una sola. Una persona con muerte cerebral ya no puede volver a vivir. Su corazón sigue latiendo pero sólo porque está asistido. Recibe oxígeno, se le administra líquido y vive artificialmente pero no tendrá ningún tipo de respuesta neurológica.» Lamentablemente, en Venezuela existe poca cultura de donación de órganos y lo que pudiera ser una esperanza de vida para millones de personas, se encuentra tres metros bajo tierra. A veces la ignorancia asusta.
Carretta es una especie de gurú. Responde con paciencia de convencido. Explica que incluso después de la donación de órganos, se puede llevar a cabo el velorio como normalmente se acostumbra, lo que pareciera ser uno de los mayores impedimentos con el que se ha tropezado el programa metropolitano de trasplantes. Y es que en este país, el «quedó igualito» es toda una institución.
Cada cierto tiempo, repite lo que ha convertido en una especie de mantra: «800 DONAR, 800 DONAR, póngalo ahí para que la gente llame y pregunte».
Aunque en Venezuela existe poca conciencia de la donación, este procedimiento comenzó en 1992, y actualmente es en la Policlínica Metropolitana donde se practica casi en su totalidad. En cada operación están comprometidos unos 12 o 15 profesionales médicos dedicados exclusivamente al procedimiento y, a pesar de ser en una clínica, no es sólo un servicio privado. El programa trabaja en combinación con el Hospital Vargas desde donde son trasladados los pacientes y todos los exámenes previos son cubiertos por el programa.
Para poder acceder a un órgano, el paciente debe registrarse en una lista única de espera, y ser sometido a una serie de evaluaciones por el equipo del programa de trasplantes. Esta lista está sistematizada por la gravedad del enfermo, así como por el grado de compatibilidad. El asunto se complica porque luego de ser declarada oficialmente la muerte, se tienen sólo minutos para extraer el órgano porque sino comienza a descomponerse, salvo en el caso de las córneas, que pueden ser aprovechadas hasta por espacio de seis horas luego del fallecimiento. Lamentablemente, todavía hay enormes zanjas en nuestra cultura, y mucha gente plantea un conflicto religioso con el hecho de dar vida después de que la suya termine. Complicado eso de tener qué decidir entre los gusanos y las personas cuando de pronto aquella expresión de «qué riñones» cobra toda una nueva perspectiva.

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Los foros odiosos. Diarrea verbal

 

Ayer leí un post en un foro que actuó sobre mí como 2 paquetes de Senokot tomados a la vez. Me hizo preguntarme si la gente que se pasa todo el día pendiente de lo que postean los “opositores” en los foros “políticos” serán cybermasoquistas.
Parece que tuvieran un sensor que, automáticamente, se activara ante cualquier cosa escrita por alguien que confiese vivir en el vilipendiado este de Caracas. Que inmediatamente activa respuestas de odio, resentimiento y hasta maldiciones milenarias.
Temas tan cotidianos como un aguacero se convierten en una guerra territorial, Historia de 2 Ciudades. Enfrentamiento del guetto con la autodenominada trinchera antiyanqui.
Será que existe un programa en sus computadoras que les avisa? Será que se engolosinaron cual chamo en dulcería al descubrir a esos muchachos y muchachas, dignos representantes del “darwinismo socioeconómico”? Será que se dieron cuenta que, por más dinero que “inviertan” en sí mismos les costará por lo menos 3 reencanaciones llegar, si no a lucir, por lo menos percibirse como tales.
Es un odio infantil. La maduración, o inmadurez, de “el Niño Jesús no me trajo lo que le pedí”, o el desencanto de descubrir que su Barbie, que creía perfecta en su ambiente, era de imitación.
Años de rechazo social no se curan odiando a los más afortunados. Creo que el único que te odia por ser como eres es el espejo. Complejo que se nota en cada respuesta con términos que nunca vienen al caso. Es una confesión de inseguridad. Es la muchacha fea que prefiere la eliminación de las bonitas al maquillaje. Que reniega de su nombre con muchas “Y”, claro homenaje al lenguaje anglosajón.
Odio que demuestra que a quien realmente quieres eliminar es a ti mismo.

 

 

publicado por primera vez el 12 de agosto de 2007


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Mi primera pista


Me crié entre mujeres. En mi casa, por lo menos hasta las 8 de la noche, sólo estábamos mi única hermana, mi mamá y yo. Cuando mi papá llegaba, lo último que se le podía pedir era que jugara con “las niñitas”. Así que carritos, para mí, eran en los que uno se montaba cuando necesitaba transportarse.
Todo eso cambió cuando me convertí en “madre de un varón”. Mis primas se escandalizaban: “Son distintos” “Pobrecita, son tan tremendos”, “las niñitas son unos ángeles, pero los varones…” Así se iban cumpliendo, una a una, esa serie de cariñosas profecías que justificaron mi eterna negación ante una pastorcita de Lladró y un puerco espín de Swarovsky
Me veía como una sobreviviente de pelotazos dentro de la casa. Mordiscos, “aruños” (palabra oída por primera vez en el kínder), tierra en ojos ajenos y propios. Máster en cambio de pañales con ojos cerrados en baño chiquito. Sexto y séptimo sentido desarrollados, para indicar el momento exacto de hacerlo, antes de que el aroma lo acusara.
Me sentía en ese pedestal de súper madre de varón, hasta que me tocó la prueba más difícil, especie de examen final de “varonilidad”: armar una pista eléctrica de carreras. Se veía sencillo, una cajita made in china con piecitas que parecían encajar facilito. Pero resulta que las partes tenían que hacer “contacto” para que la “electricidad” pasara. Aquí el inglés se iba convirtiendo en chino. 3 horas después, pistica conectada y armada, pilas puestas en los controles y todo, se me ocurre voltear los carritos y me encuentro con que tienen al frente de las rueditas delanteras unos pelos plateados cual robot de Monstruos del Espacio. Confieso que parecía peligroso, pero qué más. El niño gritaba por vez número 3000 “¿y mi carrito?, así que me ceñí estrictamente a las instrucciones que en ninguna parte leía “Warning”.
Total que ocurrió el milagro”, los carritos rodaban.
Fui la heroína de mi hijo durante la siguiente hora. Trixie y hasta Penélope Glamour no eran nadie si competían conmigo. Los carritos se salían a cada rato, las pilas del control nos traicionaban, las melenas eléctricas se despeinaban y los carritos no corrían. Pero triunfamos. Le había ganado la carrera a esa primera pista.
Con ese aire de sobrada Alonso en mí, me encontré para comer con mi esposo y mi cuñado. Sus comentarios fueron “Pero si todas las pistas son así” “Pero si esas se arman en 10 minutos” “Los pelos son los contactos, o cómo crees tú que iba a rodar el carrito si el circuito… (ahí empezaron los papás de Snoopy a hablar al fondo).
Los quiero ver despegándole el chicle al pelo de una Barbie o, peor aún, a la melenita de un Pequeño Pony. Ahí los espero.
Mientras tanto, seguiré entrenando en mi pistica.

Publicado por primera vez el 6 de abril de 2007

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Probando

No sabía cómo montar una foto. Lo logré!!!!! Además, es el póster de una de las películas más insólitas del cine venezolano, de esas épocas felices cuando las mujeres para estar buenas no tenían que ser flacas. No se pierdan la tipografía del nombre de la película, el doble color, y a Tatiana con su modernísima Polaroid.

Publicado originalmente el 30 de marzo de 2007

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